1
Fábula - EL CIERVO PRESUMIDO Y LA HORMIGA
Antonio de Benito


n un frondoso bosque de pinos vivía un ciervo que lucía una cornamenta espectacular. El ciervo se sentía muy orgulloso de sus cuernos y presumía de ellos. No existía nada más importante para él. Subía a lo alto de una loma y berreaba sintiéndose el rey del pinar.





Su orgullo exagerado no le permitía tratar bien a sus vecinos. Con frecuencia, el ciervo hacía desplantes a los demás animales. Todos estaban muy hartos de su vanidad.




- Necesito un criado más para mantener limpios y relucientes mis cuernos —dijo el ciervo vanidoso—. Tú, ardilla, serás la encargada de frotarme los cuernos con tu cola peluda todas las mañanas. A las ocho en punto; comienzas mañana mismo.



La ardilla ni se atrevió a contestar.
Las abejas depositaban el primer jugo del polen en los cuernos del ciervo y dos ardillas le frotaban las astas. Al ratito, se dirigía al arroyo de la montaña. Allí, los castores le salpicaban con agua clara.




Dos liebres le secaban los cuernos cuidadosamente. Para terminar la sesión de belleza de la cornamenta, unos cuantos pajarillos se restregaban entre las flores silvestres, que son las que mejor huelen, y abanicaban las astas tan apreciadas para el ciervo.




Los pinos tampoco se sentían felices por culpa del irrespetuoso cornudo que, cuando necesitaba rascárselos, buscaba el pino más cercano y la emprendía a cornadas con él.
Ese mismo proceso se repetía varias veces al día.


Una tarde de verano, el ciervo se alejó del pinar y cuando sintió picor en la punta de uno de sus cuernos, no se le ocurrió otra idea que meterlo en un hormiguero para rascarse.
- ¡Oye, ciervo, estás destrozando nuestra casa! —le gritó una hormiga que llegaba en ese momento al hormiguero.
- No seas insolente, lo primero son mis cuernos.



Y el ciervo continuó hurgando en el hormiguero. Algún día tendrás lo que te mereces. - No me hagas reír, insignificante hormiga —contestó el ciervo—, nunca podrás conmigo.
Terminó de rascarse y partió hacia el pinar.



La hormiga, aquella misma tarde, emprendió un viaje para visitar a unas primas suyas. Cuando llegó, les explicó lo sucedido con el ciervo vanidoso y presumido. Sus primas la tranquilizaron.
- No te preocupes, ese miserable se va a acordar de sus cuernos toda la vida. Y comenzaron el camino hacia el pinar donde reinaba el ciervo vanidoso.



Ya oscurecía cuando la hormiga y sus parientes llegaron. Hablaron con los animalitos sobre la idea de dar un buen escarmiento al ciervo.
Como todas las noches, un ratón de campo daba masajes con sus patitas a la cornamenta del ciervo. Luego bebía agua del manantial y se acostaba.




Las ardillas recogieron gran cantidad de «flores del sueño». Las estrujaron bien y cuando el ciervo se disponía a beber el último trago del día, las soltaron por el agua del manantial.



Esa noche el ciervo dormiría profundamente.
Era un espectáculo ver cómo todos los animalitos observaban los últimos bostezos del ciervo. Por fin, se durmió. Y les llegó la hora de actuar a las primas de la hormiga.



Se subieron todas a los cuernos y a la señal de… ¡una, dos y tres!, comenzaron a comérselos.
Las primas de la hormiga eran, en realidad… ¡termitas hambrientas!. Se dieron un buen festín a costa de la madera de cuerno.




Una vez terminada la cena, las termitas y la hormiga se despidieron de los animales del pinar.
- Ha sido un verdadero placer. Hasta la vista —se despidieron las termitas. - Muchas gracias y... ¡Buen provecho! —todos rieron de buena gana, mientras el ciervo roncaba.



A las ocho de la mañana, como todos los días, el cuco despertó al ciervo.
- Sirvientes, al trabajo. Quiero que reluzcan mis cuernos como todos los días —ordenó de mal humor.
Nadie contestó. El ciervo, muy irritado, salió al claro del pinar para buscar a los criados.
Encontró allí a todos los animales reunidos. - ¿Qué hacéis aquí? ¿Es qué no me habéis oído? ¡Venga, a dar lustre a mis preciosos cuernos!



- Ya no necesitas criados. ¿No te has dado cuenta de que ya no tienes cuernos?
El ciervo se palpaba con las pezuñas, se golpeaba la cabeza con un pino, se miraba en el arroyo, pero no encontró su cornamenta.
En el pinar no volvió a haber ningún rey, y cuando el cuco cantaba a las ocho, el ciervo se acordaba de lo estúpido y vanidoso que había sido.