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LA ROSA NEGRA

Tras ir de acá para allá preguntando a todo el mundo, Arlindo se enteró de que el gigante Florencio vivía en una antigua mina de carbón abandonada.
Florencio medía casi dos metros y medio de estatura y tenía muy malas pulgas, por lo que nadie se atrevía a acercarse a él.
Pero Arlindo estaba dispuesto a todo con tal de conseguir una rosa negra, así que fue hasta la mina abandonada que servía de vivienda al gigante y lo llamó con todas sus fuerzas.

Al poco rato salió Florencio de la mina con cara de pocos amigos. Tenía el pelo revuelto y la piel tiznada de negro a causa del polvillo de carbón, lo que le daba un aspecto aún más amenazador.
-¿Quién se atreve a molestarme? -rugió el gigante.
-Soy el príncipe Arlindo -contestó el joven procurando no parecer asustado-, y he venido a rogarte que me des una de tus rosas negras.
Al oír esto, Florencio soltó una carcajada tan estruendosa que Arlindo temió que pudiera provocar un alud.

-¿Y por qué habría de darte una de mis rosas, alfeñique? -preguntó el gigante con voz de trueno.
-Porque me servirá para liberar a una princesa cautiva -contestó Arlindo.
-¿Y a mí qué? ¿Qué me importan a mí las princesas cautivas?
-Estoy dispuesto a darte lo que me pidas por una de tus rosas -insistió el atrevido príncipe.
-No tienes nada que pueda interesarme, mequetrefe -replicó Florencio-. Para conseguir una de mis maravillosas rosas negras, tendrías que luchar conmigo.

Está bien -dijo Arlindo desenvainando su espada-, si no hay más remedio, lucharé contigo.
-Nada de espadas -dijo el gigante-. Lucharemos cuerpo a cuerpo. O con palos, como prefieras.
Y al decir esto Florencio alzó su garrote, que era un tronco de árbol más grande que el propio Arlindo.
-Mejor cuerpo a cuerpo - decidió el príncipe al ver la enorme cachiporra del gigante. Así que desmontó de su caballo y se acercó a Florencio dispuesto a luchar.
«Al menos, David tenía una honda -pensó Arlindo mientras avanzaba hacia su gigantesco rival-, pero yo no sé qué voy a hacer contra este Goliat sin más armas que mis manos.>>

-Bien, mequetrefe -dijo Florencio-, esto es una lucha entre caballeros; por lo tanto, no valen los golpes bajos.
-¡Eso no es justo! -protestó Arlindo- . Si sólo puedo golpearte por encima del cinturón, tendré que pelear de puntillas.
-Mala suerte -replicó el gigante con una risotada-, yo no tengo la culpa de que seas tan bajito.
Y, sin más preámbulos, Florencio tiró a un lado su garrote y se abalanzó sobre Arlindo. El joven, con gran rapidez y agilidad, esquivó la embestida, a la vez que le daba un puñetazo al gigante en el costado con todas sus fuerzas.
-No me hagas cosquillas -rió Florencio- , eso no vale.

Viendo que de nada le serviría dar puñetazos a aquel gigantón más fuerte que un oso, Arlindo intentó otra táctica. Se puso deliberadamente al alcance de la mano de Florencio y cuando éste intentó agarrarlo, el joven le cogió el dedo meñique y se lo retorció con fuerza.
El gigante soltó un alarido de dolor y tuvo que dejarse caer al suelo para que no le rompiera el dedo. Entonces Arlindo le propinó una fuerte patada en la mandíbula.
Florencio quedó tendido en el suelo cuan largo era (que no era poco), y Arlindo, sin casi dar crédito a lo que veía, exclamó: -¡He vencido! ¡He vencido al gigante Florencio!

Pero su alegría duró bien poco, pues, con una estruendosa carcajada, el gigante se puso en pie de un salto.
-Ni siquiera la coz de un caballo podría derribarme, pequeñajo -dijo Florencio-. Pero reconozco que, para lo canijo que eres, luchas bastante bien y además
eres muy rápido. No es fácil atraparte, pero a ver qué tal paras los golpes.
Dicho esto, el gigante fue hacia Arlindo dando terribles manotazos a diestro y siniestro, como si estuviera espantando moscas.
El príncipe, con gran agilidad, esquivaba la mayoría de los golpes; pero de vez en cuando alguno lo alcanzaba, y cada manotazo era como la embestida de un toro.

Al cabo de un rato, el pobre Arlindo estaba lleno de magulladuras, la ropa le colgaba a jirones y casi no podía mantenerse de pie.
-Ha sido divertido pelear contigo, alfeñique -dijo el gigante-, pero ya empiezan a dolerme las manos de tanto vapulearte, así que vamos a dejarlo ya. A no ser que te apetezca seguir recibiendo ...
-Por mí podemos dejarlo -dijo Arlindo con voz entrecortada-. Si tienes la bondad de darme una rosa, no te entretengo más.
-¡Cómo! -bramó el gigante-. ¿No pretenderás haberme vencido?

-No, claro que no pretendo haberte vencido -contestó Arlindo tranquilamente-. Es indudable que has ganado tú.
-Entonces, ¿cómo pretendes que te dé una de mis rosas?
-Tú me has dicho que para conseguir una de tus rosas negras tendría que luchar contigo, no que tendría que ganarte.
El gigante soltó una de sus estruendosas carcajadas y dijo: -Eres más listo de lo que pareces, pequeñajo. Tienes razón, me has pillado. Lo que quería decir es que tendrías que vencerme para quitarme una de mis rosas, pero lo que he dicho es que tendrías que luchar. Y puesto que has luchado, y has luchado bien, te la daré. Yo siempre cumplo mi palabra.

El gigante le hizo un gesto a Arlindo para que lo siguiera, y lo condujo hasta un jardín rodeado de un muro de piedra que había cerca de su cueva. Abrió la
puerta del jardín con una gran llave que llevaba colgada del cuello y le invitó a pasar.
En aquel jardín crecían las plantas más extrañas que Arlindo había visto jamás, y todas ellas eran negras como la noche.
-¿Qué te parece, principito? -dijo el gigante con orgullo.
-Es fantástico -dijo el joven, genuinamente asombrado-. Nunca había visto nada parecido.
-Ni lo verás -le aseguró Florencio-.


Este jardín es único en el mundo. Tú eres uno de los pocos que lo han visto. Y uno de los poquísimos que han conseguido una de mis rosas. Ven.
El gigante lo condujo hasta un espléndido rosal cuyas rosas parecían de negro terciopelo. Arrancó una y se la dio.
-Gracias, Florencio -dijo Arlindo-. Te estaré eternamente agradecido.
Cogió la flor y se la acercó a la nariz para aspirar su aroma, pero enseguida la apartó con una mueca de disgusto.
-¡Uf! ¡Huele bastante mal!

-Sí -admitió Florencio con pesar-. Ésa es una de las razones por las que no dejo que nadie se acerque a mi rosal. Me da vergüenza que descubran que mis rosas no huelen bien.
-Bueno, no se puede tener todo -lo consoló Arlindo-. Son preciosas, y eso es suficiente. Las mariposas tampoco huelen bien.
-¡Es cierto! ¡Me gusta eso que has dicho! -exclamó el gigante dándole una amistosa palmada en la espalda que casi lo derribó-. Ven por aquí cuando
quieras, principito, me encantará volver a pelear contigo ...

Carlo Frabetti nació en Bolonia (Italia) en 1945. Matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York, ha publicado más de cien títulos sobre temas diversos, varios de ellos de matemática recreativa y acertijos lógicos, y muchos de ellos dirigidos a niños y jóvenes.
Algunas de sus novelas giran en torno a la resolución de enigmas, como Los jardines cifrados o El gran juego. Ha escrito, creado y dirigido numerosos programas de televisión como La bola de cristal, El duende del globo, Ni a tontas ni a locas o Tendencias. También ha estrenado varias obras de teatro, y creado y dirigido diversas colecciones de divulgación científica para niños y jóvenes.
Entre sus libros para adultos destacan Los jardines cifrados, La ciudad rosa y roja, El Libro Infierno, Harena y Detective íntimo. En 1998 fue distinguido con el Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil, mientras que en 2007 logró el Premio El Barco de Vapor por la obra Calvina. También obtuvo el Premio de la Comisión Católica para la Infancia, el de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas Cubanos) y el Cervantes Chico (en 2019) por el conjunto de su obra.
Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo