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UN CABALLERO EN APUROS
DICK KING-SMITH (El caballero Tembleque)

El caballero Tembleque se encontraba en apuros una vez más. Tembleque era un hidalgo pelirrojo, alto y delgado, con unos bigotes muy largos que se curvaban tristemente hacia abajo. Además, era un manojo de nervios, el pobre, y tenía terror a los caballos. Una vez que conseguía sentarse allí arriba, se veía lejísimos del suelo y, como tenía miedo a las alturas, se agarraba con tanta fuerza al cuello del animal que los caballos se asustaban, echaban a correr y... ¡hala!, Tembleque salía despedido por los aires.
Lo malo era que, una vez en el suelo, le resultaba imposible volver a montar.
Así que cantidad de veces se quedaba horas y horas tirado en el suelo.

La vez que nos ocupa, Tembleque fue más afortunado. Cuando acababa de chillar “socorro” por tercera vez, vio que una sombra se erguía sobre él. Vestía completamente de negro. Tambien era negro el gato que se arrimaba a sus pies. “Una bruja!”, pensó Tembleque. Se quedó rígido de miedo, convencido de que la bruja le convertiría en rana.
—Relájate, querido —le dijo la bruja—. No pienso convertirte en una rana.
—¡Me lees el pensamiento! —exclamó Tembleque jadeando de miedo.
—Sí, caballero Tembleque —respondió la bruja—. Y sé también que necesitas ayuda, puesto que la has pedido. Por cierto, ¿por qué no empiezas por ayudarte a ti mismo? Primero, quítate el yelmo.

El caballero Tembleque consiguió liberarse del casco.
—Y ahora, la coraza y las mallas.
Obedientemente, Tembleque se libró de la pesada coraza y de las mallas que oprimían sus huesudas piernas.
—Bueno, muy bien. Ahora, uno... dos y... ¡hopla!
El caballero Tembleque se encontró de pie en un santiamén, al lado de la bruja. Acto seguido, se abalanzó sobre su caballo. Puso el pie en el estribo y subió sobre la montura con tal ímpetu que cayó al otro lado. El caballo desapareció galopando sin parar.

—¿Cómo voy a ser un valiente caballero sin caballo ni armadura?
—¿Cómo vas a ser un valiente caballero de todas formas?
El hidalgo suspiró y las puntas de sus rojos bigotes se curvaron todavía más hacia abajo.
—Tienes razón —asintió, sombrío—. Soy un miedoso. Casi todo me da miedo.
—¿Tú crees que no tener miedo a nada significa ser un valiente? Te equivocas, caballero Tembleque. Ser valiente es sentir miedo, pero ser capaz de superarlo.

Ahora, dime, supongamos que tuvieras que hacer frente a un león: ¿qué harías?
—Correr como un desesperado. Gracias al cielo que no hay leones por estos andurriales.
Un temblor helado le recorrió el espinazo. Se volvió y se encontró cara a cara con un león de buen tamaño. Despacito, el hidalgo retrocedió.
—No te conviene escapar, querido —le susurró la bruja al oído—. Quédate donde estás y desafíalo. Es una gran oportunidad para demostrar tu valentía.
En ese preciso momento, el león dio paso al frente y abrió las fauces.
—¡GRRRR! —rugió.
—¡GRRRRRR! —respondió Tembleque, aterrorizado. El león dio un paso atrás.

—Ahora, ¡échalo! —le conminó la bruja, al mismo tiempo que le empujaba hacia el animal. Tembleque perdió el equilibrio. Movió los brazos como pudo y el león, al ver la desgalichada figura que se le venía encima con aquellos brazos como aspas de molino, se dio la vuelta y echó a correr.
—Mira tú por dónde! —exclamó la bruja—. Parece que no temes a los leones.
—Sí, pero...
—Nada de peros! Esa frialdad frente al peligro... Nunca he visto cosa igual.
De pura satisfacción, la cara de Tembleque pasó de la palidez a un sano color rosa. Dejó de temblar y hasta las puntas de sus bigotes se irguieron algo.

—¿Sabes? Me encuentro genial. Casi no me importaría que ese bicho volviera.
—Lo siento mucho —dijo tras él una voz muy, muy profunda—. No debería haber rugido de aquel modo. Lo siento —dijo el león.
—Lo sientes, ¿eh?
—¡Oh, sí, mi señor!
—¿Cómo te llamas?
—Arturo, mi señor.
—Buen chico, Arturo —y el caballero acarició la tupida melena del animal.
—Me parece que en el futuro no vas a necesitar armadura —le dijo la bruja—.

Ve y recoge un poco, anda.
Esperó a que el caballero Tembleque desapareciera de su vista y entonces se dirigió cariñosamente al león:
—Has estado perfecto, Arturo, hijo.
—jQué pelota! —maulló Grim—. Sí, mi señor. No, mi señor. ¡He estado a punto de soltar la carcajada!
—No me habré pasado, ¿no? —preguntó el león un tanto preocupado.
—No —le contestó la bruja—. Has estado en tu punto. Gracias a ti, ese caballero se siente ahora más valiente que un león.

Dick King-Smith nació en Gloucester (Inglaterra) en 1922, en una granja rodeado de animales y mascotas. Después de trabajar durante veinte años en una granja, regresó a la enseñanza. Más tarde empezó a escribir libros para niños. Esta tarea la inició en 1978 a la edad de 54 años y desde entonces no ha podido dejar de escribir. Desde que publicó su primer libro The Fox Busters ha publicado más de 60 títulos. El que más fama le ha dado ha sido Babe, el cerdito valiente, con el que recibió en 1984 el premio Guardians Children Fiction Award y que fue llevado además al cine en 1995. A King-Smith le encantan los animales como así lo reflejan sus títulos: Un ratón llamado lobo, El perro invisible, El ganso de oro o El caballo de agua, entre otros. En 1992 fue el autor más votado en la lista de autores de literatura infantil y se le ha considerado como el más firme sucesor de Roald Dahl.
Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo