Había una vez dos hermanos muy envidiosos que andaban siempre peleándose por las cosas que tenían. Como el padre conocía el carácter de sus hijos, dejó escrito en su testamento lo que debía corresponder a cada uno, y puso especial cuidado en que ninguno de los dos saliera más beneficiado que el otro. A pesar de ello, cuando el padre murió, los dos hermanos comenzaron a discutir por la herencia.
-Tus tierras están mucho mejor situadas que las mías -decía el hermano mayor.
-Pero las tuyas son más fértiles -respondía el hermano pequeño.
-Vuestro padre era un hombre justo -les explicaban los vecinos intentando calmarlos-. Y repartió sus bienes con equidad.
-De eso nada -decía uno de ellos-. La parte de mi hermano es mucho mejor que la mía.
-Pero ... ¿cómo te atreves a decir eso? -respondía el otro-. ¡Los dos sabemos que tú eras el preferido de nuestro padre!
Ante la frecuencia de las disputas, los vecinos llamaron al juez del lugar, que tenía fama de ser muy sensato, para que mediara en el conflicto.
-Al parecer tenéis problemas con la herencia que os dejó vuestro padre -dijo el Juez.
-Pues sí, señor -habló uno de ellos-. Como puede usted comprobar, mi hermano ha recibido las mejores tierras, el mejor ganado ... hasta los mejores aperos de labranza. ¡Es injusto! Seguro que convenció a nuestro padre aprovechándose de que estaba enfermo.
-Señor juez -interrumpió el otro hermano-, no le haga caso. Es él el que ha recibido la mejor parte. Mi padre siempre le favoreció. ¡Ojalá tuviera yo sus tierras y ... !
-Basta, basta -dijo el juez cuando vio que comenzaban a discutir-. Comprendo muy bien lo que ocurre. Ninguno de los dos estáis de acuerdo con la parte que os ha correspondido.
-Así es, señor juez -dijeron ellos.
-Bueno ... -dijo el juez mientras recorría pensativo la estancia de un lado a otro-. No parece un asunto muy complicado. Creo que tengo la solución. Os ordeno que intercambiéis la parte de herencia que habéis recibido. Tú te quedarás con la de tu hermano y él recibirá la tuya.
Cuando el juez dijo estas palabras, los dos hermanos se alegraron mucho, pero instantes después comenzaron a protestar.
-¡Pero, señor juez! -dijo uno de ellos-. ¡Por las tierras de mi hermano apenas corre agua!
-¡Su ganado está enfermo! -dijo el otro.
-¡Vaya! -dijo el juez-. Así que ahora que cada uno tiene lo que antes tanto deseaba, tampoco estáis contentos. ¿Pues qué queréis entonces? ¿No os dais cuenta de que tengáis lo que tengáis nunca os sentiréis satisfechos?
En ese momento, los hermanos comprendieron que el juez les había dado una lección. Y a partir de ese día, no volvieron a discutir más y se dedicaron a trabajar juntos las tierras, tal y como su padre habría deseado.
Actualmente no es un secreto que muchos de los cuentos que se recogen en las tradiciones de los diversos países europeos, tienen un origen oriental. Sesudos y prestigiosos investigadores han demostrado con creces este hecho: sin ir más lejos y limitándonos tan sólo a España, la mayoría de las narraciones que se recogen en las más antiguas obras de nuestra literatura, como la recopilación del "Calila e Dimna", (traducida del árabe a instancias de Alfonso X en 1251, aunque de origen persa) o la propia obra del infante don Juan Manuel "El Conde Lucanor" (1335), tienen antecedentes muy claros en los cuentos que en Oriente venían contándose desde muy antiguo y que, traídos a Occidente por los árabes, fueron tomados por los autores de aquí y adaptados de distintas formas. Son todos de tradición oral, es decir, que han sido contados de unas personas a otras a lo largo del tiempo.
Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo